El amor tiene un cuerpo y un espíritu.
En el amor natural rige la igualdad positiva en su espíritu (todos son igualmente queridos y elegidos, iniciados en la vida por el simple hecho de vivir, con derecho natural a tener el mismo bienestar que todos los demás); y la jerarquía positiva en su cuerpo (una jerarquía material para hacer llegar a todos por igual los recursos que necesitan, una jerarquía al servicio de la igualdad, como la de los planetas que giran en torno al Sol recibiendo todos por igual su luz).
En el amor antinatural (divinizado, sobrenatural), los atributos de su cuerpo y de su espíritu están invertidos. Es decir, en su espíritu rige la jerarquía negativa (iniciados y elegidos, expulsados y condenados) y en su cuerpo rige la igualdad negativa (después de las iniciaciones, abandono de los iniciados a su suerte bajo la ley de "sálvese el que pueda"; todos obligados bajo la misma ley material, sin personalización; abandono de los servicios jerárquicos positivos que están al servicio de la igualdad).
La situación inversa conduce a excesos de lastre que se deben sacrificar para continuar adelante con salud.
El amor natural ya produce todo lo que es necesario para la existencia armónica e íntegra del ser vivo. Contiene muchos tipos de amor: el amor hacia los hijos, hacia los padres, hacia la pareja, hacia los profesores, hacia los vecinos, etc. El amor natural contiene la igualdad en el espíritu, y en esa igualdad conviven los distintos tipos de amor.
Sin embargo, el amor antinatural tiene un solo tipo de amor válido, que es el amor a un supuesto ser superior único y exclusivo, el cual excluye a los demás tipos de amor calificándolos de negativos y tomando así el absoluto control del amor en el espíritu, implantando con ello una jerarquía total de fe ciega, única y exclusiva a ese único tipo de amor.
Por otro lado, el amor antinatural desarrolla un sistema igualitario en la materia, intentando establecer una igualdad imposible entre unas formas materiales que son distintas entre sí y aplicando a todas ellas los mismos recursos materiales, dejando con ello a todas las formas en desequilibrio e infelicidad: a unas por darles menos de lo que necesitan y a otras por darles más, dejando a todos igualmente en desequilibrio, a unos por exceso y a otros por defecto.
Ese es el resultado de aplicar de un modo inverso la igualdad en la materia, en vez de aplicar lo correcto y natural, que es una buena jerarquía que esté al servicio de la igualdad, para que todos, por igual, tengan las formas físicas que tengan y estén en el lugar físico en el que estén, reciban por igual los recursos materiales específicos, determinados y personalizados que cada cual necesita para poder sentirse bien y así, entre todos, tener el mismo bienestar. Es decir, ser iguales en el espíritu a través de una jerarquía positiva en la materia que les ha permitido esa igualdad positiva en el espíritu.
El amor natural no se puede comercializar ni monopolizar, pues existe con la vida misma y pertenece a todo ser vivo. Un ser vivo no necesita hacer nada especial para estar en el amor natural y vivir según este, tal como en realidad desea de todo corazón, pues todo ser vivo ya se halla en el amor natural por el simple hecho de existir, y el amor natural ya está activo en él, y él ya está activo en el amor natural. Por lo que tan solo debe seguir estando ahí en donde está: Ahí, en el amor natural de siempre, Ahí.
Quienes alteran el amor natural, haciendo de él un amor divino único y exclusivo, transformándolo así en un amor antinatural (es decir, un amor artificial), son aquellos que desean poseer más que los demás y usan ese método con el cual invierten las esencias para confundir, apresar, someter y esclavizar.
Aunque todo el que ante ellos se mantiene en el amor natural como siempre (Ahí), se libra del efecto apresador y destructivo de quienes manipulan el amor con el propósito de conseguir tener más que los demás. Por lo que no queda más que, como siempre, seguir estando Ahí. Ahí.
Hay veces en las que quienes viven en el amor invertido están tan intensa y fanáticamente inmersos en su inversión que es imposible presentarles el amor natural sin que lo transformen en el amor antinatural que les hace sufrir a ellos y a quienes les intentan amar con amor natural.
Ante ellos, que son quienes tienen poca experiencia, como la gente primitiva y los hijos jóvenes, tan solo queda la alternativa de vivir en paz el amor antinatural que ofrecen, en el cual se sienten los únicos salvadores exclusivos y enviados de Dios del único y exclusivo amor. Ante ellos no hay más remedio que tomar con amor lo que dan, pues es el único modo de relacionarse en paz con ellos, permitiéndoles así crecer y evolucionar.
Ante ellos no hay más remedio que seguirles la corriente y jugar al juego de amor artificial que proponen, aun sabiendo que por ese error que cometen están acumulando un exceso de lastre que les llevará a la cruz, en la que morirán aun pensando que con ello están salvando al mundo.
Y ante ellos, como padres pacientes de ellos, no podremos evitar que mueran en esa cruz, y tampoco podremos dejar de jugar al juego que ellos presentan, porque será el único modo de seguir teniendo una relación pacífica con ellos y que al menos esa cruz de dolor a la que les ha llevado el error de ellos no les haga más daño.
Ante ellos tendremos que seguir actuando como el Padre bueno que sigue el juego al hijo para que este esté tranquilo y pueda crecer, aun sabiendo que sus errores le harán daño, y sabiendo también que debe de aprender por sí mismo para poder llegar a ser como el padre.
Así, el padre debe de seguir fingiendo ante el hijo que el sueño, la leyenda y la fantasía en el que el hijo mismo se ha puesto es verdad, que el Hijo es el príncipe Salvador, y que con su sacrificio y muerte en la cruz está salvando el mundo, tal como el hijo piensa que así es, pues ese es el único modo de que el padre consiga mantener al hijo en paz y mantener en paz también la relación del padre con el hijo, hasta que el hijo llegue a su adultez y pueda comprender por sí mismo que en el pasado ha pagado la cruz por sus propios errores para aprender así, por sí mismo, que este mundo está creado y sostenido por un amor natural y no divino, y que todos estamos inmersos en ese amor natural que a todos nos da lo que necesitamos y que tan solo debemos estar en él como siempre: Ahí, en el amor natural de siempre, Ahí.
En este proceso se puede decir de un modo simbólico que para todo padre siempre es doloroso ver morir a su Hijo en la cruz de sus propios errores como único medio para que este aprenda y alcance su propia adultez.
Fernando Ortolá
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