Las aves se posan en las ramas más altas para darse el primer baño de la siempre y tan esperada fuente de vida, y giran su cabeza para mirar la luz de reojo con sus ojitos entreabiertos como cada mañana, en una plena y espontanea ceremonia de señal de afecto hacia esa gran bola de fuego dorada y adorada, que no les abandona. El gran Papá de todos.
¿Qué sentirán y pensaran cada uno de esos animalitos cada vez que ven el Sol, la Luna, las estrellas, el mar y demás componentes de la naturaleza?
¿Qué sentirán cuando nos ven a nosotros entre ellos y la artificialidad que fabricamos?
¿Serán conscientes también de Dios?
De ese Dios que es el eje de precesion central de todos los giros, la chispa que salta incansable de extremo a extremo de todos los opuestos cosiendo la creación y dando forma a su arte con todos los detalles objetos y seres vivos que contiene.
Haciendo su nido en donde nacen sus hijos para crecer en el espíritu y llegar a ser como Él algún día.
Ofreciendo el presente eterno de sentirse bien haciendo su voluntad, sin necesidad de alcanzar la parte más alta o la parte más interna de un lado ni de otro sino simplemente caminando a ambos lados con uno y otro paso tal como Él conduce para que lo más importante no sea ninguno solo de esos pasos sino el caminar siguiendo su guía, el estar en Él, estar Ahí.
Fernando Ortolá
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