Se puede comparar la cruz de Jesucristo con la del jefe de trabajo y observar así que sus propósitos y sus efectos son similares, como la sumisión de la gente hacia ellos. La sumisión de quien es el verdadero maestro (el pueblo, el padre) sufre una presión jerárquica tan fuerte (dictatorial) del hijo (el jerarca, el jefe: sus mandatos o doctrina) que debe dejarse someter por este para, al menos, poder mantener la paz. Esto permite que el verdadero Dios Invisible de los adultos (la naturaleza del universo) actúe y solucione ese estado violento de agresión y sometimiento.
Aun así, es el padre (el sometido, el pueblo) el que, de un modo callado y silencioso, transmite sus enseñanzas a su sometedor, al hijo, al jerarca y al jefe de trabajo.
Con lo cual, se puede observar que el seguimiento a Jesucristo potencia el seguimiento al jefe de trabajo (y a reyes y dirigentes) por ser ambas tendencias similares. Paradójicamente, ante los ojos de la comprensión, ambas figuras se dirigen al sacrificio: a Jesucristo en su cruz simbólica y al jefe de trabajo por el esfuerzo que este realiza por su empresa y sus trabajadores.
Esto resulta absurdo ante la comprensión adulta por el hecho de que ambos, tanto Jesucristo como el jefe de trabajo, y tan solo por el deseo que tienen de ser los reyes y salvadores de sus seguidores, aceptan la cruz, el sacrificio que por ese exceso de lastre (exceso de jerarquía en Tiempos Adultos de Igualdad) tendrán que pagar al final de sus acciones.
Resulta paradójicamente absurdo que el hijo (Jesucristo, el jerarca, el jefe de trabajo) acepte ese sufrimiento tan solo para mantener fuera de lugar su dominio sobre el padre (el pueblo, los trabajadores, los sometidos), en vez de aceptar la verdad de los Tiempos Adultos en los que ya nos encontramos, y confiar verdaderamente en el Dios Invisible de los adultos. Así, podría relajarse y disfrutar de ese regalo que el Dios Invisible y creador de todo nos hace a todos los seres vivientes que habitamos su creación, para que la disfrutemos con Igualdad, Paz y Amor entre todos, confiando en Él para que siga conduciendo su obra hacia su propósito final: la flor de la creación, que es la buena sociedad alcanzada.
Hay varios detalles que confirman esto, como el hecho de que el jefe de trabajo tienda a mostrar siempre a sus trabajadores todo lo que él se esfuerza por ellos y por su empresa; es decir, les muestra el gran sacrificio que está realizando por ellos para que tengan una vida mejor, para que se salven.
Se presenta como un salvador ante ellos, y el paralelismo del jefe de trabajo con la actitud de Jesucristo, su cruz y su sacrificio es enorme. Así, se podrían seguir nombrando detalles que alinean a ambas figuras en una misma actitud frente a sus dirigidos: se erigen como salvadores exclusivos y ambos aceptan la cruz y el sacrificio que tendrán que pagar por salvar a sus dirigidos.
Lo cual ante la comprensión de los ojos adultos resulta absurdo por el hecho de que ese sacrificio en realidad no es por los sometidos que el dirigente somete, sino para que el dirigente mantenga su ego de jefe jerárquico sobre sus dirigidos.
Esta es una jerarquía que está atormentando tanto al jefe mismo como a sus sometidos, por ser una jerarquía que, en Tiempos Adultos, está fuera de lugar. Por eso se representa como un exceso de lastre que, al final de todas las acciones del dirigente, deberá ser sacrificado, produciendo así dolor a este y a todos sus seguidores.
Un dolor que se podría haber evitado si no se hubiera querido mantener ese ego jerárquico. Además de que todo ese sacrificio y dolor no ha servido para nada, sino todo lo contrario, ha producido problemas, enfrentamientos y dolor. Esto se podría haber evitado, y se podrían haber obtenido buenos resultados, si en vez de ese dominio jerárquico se hubieran realizado esas acciones basadas en la paz y la igualdad entre todos, para así poder favorecer la marcha de una sociedad adulta que necesita de la igualdad para poder subsistir.
En el punto 3 del Cenu, el padre (el pueblo) llega a su cima: sociedad humana y tecnológica perfecta alcanzada por el ser humano adulto. A partir de ese punto evolutivo (el punto 3), se inicia el regreso del ser humano a la naturaleza (a la creación de su Dios Invisible), la cual transcurrirá a través del cuadrante S del Cenu, el cual está en sintonía con la espiritualidad y cultura de Oriente:Norte.
Este drama del hijo (el jerarca) adorado y venerado por el padre (el pueblo) y a su vez sacrificado (crucificado) por este (el padre, el pueblo) por el bien (la paz) del pueblo (del padre) y del hijo (el jerarca) para que ambos convivan juntos en el cielo (en paz)... es un drama que se halla presente en todos los seres o entidades, tanto personales como colectivas, y en el paso de estas por la pubertad, en el paso de niño (Jerarquía) a adulto (Igualdad), en la cual (el cielo) el joven pasa a ser un adulto, es decir, un igual a su padre, con el cual finalmente convive en paz.
Mientras dura ese proceso de cambio de niño (joven, pubertad) a adulto, la verdad de lo que sucede se encubre con símbolos, metáforas y relatos, intentando así no mencionar la verdad de un modo muy directo (delatar la terrible injusticia) para no despertar con ello la irritabilidad de la jerarquía excesiva que se manifiesta tanto del hijo (el jerarca) hacia el padre (el pueblo: matanzas o represiones masivas), así como del padre (el pueblo) hacia el hijo (el jerarca: crucifixiones o destituciones dolorosas de líderes).
Todo ese encubrimiento de la verdad puede hacer que ese proceso de cambio de la pubertad a la adultez quede hundido en la depresión de unos misterios simbólicos que son realmente incomprendidos, creando en todos un gran sentimiento de confusión y caos.
El final de todo ese proceso de cambio, que puede resultar doloroso tanto para el hijo como para el padre si el lastre jerárquico es excesivo, llega en el momento en el que el joven termina su período de pubertad y entra en la adultez (el cielo simbólico), en la cual el hijo y el padre (el jerarca y el pueblo) conviven al fin en igualdad y paz.
Todo el exceso de lastre jerárquico que durante ese proceso se ha manifestado tanto del hijo (el jerarca) hacia el padre (el pueblo) como del padre (el pueblo) hacia el jerarca (el hijo), y que ha resultado un lastre doloroso para ambos, es un lastre que se sacrifica en el momento de la llegada del joven al final de su pubertad y entrada en la adultez.
Ese paso de joven a adulto es el paso simbólico por el "Ojo de la Aguja", en donde no cabe el exceso de lastre y se queda fuera, siendo arrancado del joven para que este pueda alcanzar su adultez. Lo cual resulta doloroso (la crucifixión) si el lastre acumulado y que se debe arrancar es excesivo.
La luz de la cruz que ahuyenta a los fantasmas no es la luz de la cruz cristiana sino de la cruz cenuítica, es decir, el gráfico de la e_4 y su verdad (la luz) contenida en este.
Hay que devolver a la cruz su verdadero significado popular de armonía e igualdad entre todos y no el significado falso de dolor que la jerarquía fuera de lugar le ha dado con el único objeto de separar al pueblo de la igualdad y poder así someterle bajo su dictadura.
🩸 El Dolor de las Menstruaciones y del Parto
El dolor en la menstruación y el parto de las mujeres se produce por ese mismo efecto del sometimiento de la Cruz por la jerarquía fuera de lugar, haciendo que esta resulte dolorosa en vez de benéfica. Es decir, por el engordamiento del ego jerárquico, obturando así el paso por el "Ojo de la Aguja" que conduce al niño a su adultez.
La mujer con la menstruación y el parto sufre ese exceso de lastre jerárquico del niño, es decir, del puberto que alcanza su adultez, y que no puede entrar en la adultez si no sacrifica ese exceso de lastre, lo cual resulta doloroso. También lo sufre por el bebé naciente que debe sacrificar el exceso de lastre (ego jerárquico) para poder entrar en la nueva vida.
La mujer sufre esto porque su condición la acerca más a los niños por encargarse de su gestación y de su cuidado más que el padre. Los niños necesitan jerarquía para poder sobrevivir, y esa jerarquía se refleja principalmente a través de la mujer, ya que esta es la más próxima al cuidado de los hijos.
Por eso, debido a esa mayor proximidad de la mujer a los niños, ella sufre en su piel y más que el hombre (el padre) el exceso de jerarquía que los niños pueden presentar en su nacimiento y en su paso hacia la adultez. Por eso la mujer en su pubertad empieza a tener esos dolores, más que el hombre en la suya propia.
Son los dolores de la menstruación que le preparan para poder engendrar un nuevo ser, el cual, para poder presentarse en la vida nueva, deberá sacrificar el exceso jerárquico (es decir, el lastre de la vida anterior), y el dolor de ese sacrificio lo sufrirá tanto la nueva vida que nace como la mujer que, entre los dolores del parto, le está dando a luz.
Este es el verdadero significado profundo de los dolores de la mujer en las menstruaciones y en el parto. Comprendiendo que es así, se puede hacer que ese dolor disminuya, simplemente reparando el error espiritual que lo produce, que es el exceso de una jerarquía fuera de lugar y la falta de reconocimiento de la igualdad hacia los demás y el reconocimiento hacia el verdadero Dios Invisible de los adultos.
La madre, por amor hacia el hijo, sufre esos dolores de menstruación y de parto que no vienen por los errores de la madre, sino por los del hijo, por los excesos jerárquicos que son el exceso de lastre del cual el hijo debe desprenderse para poder nacer a la nueva vida a la que ha llegado, y a la que la madre le ha dado a luz. Para poder crecer y desarrollarse en esa nueva vida, la madre, por estar tan próxima al hijo proporcionando el amor de la buena jerarquía que un hijo necesita para poder subsistir, por esa proximidad hacia el hijo, esta sufrirá en su propia piel esos excesos jerárquicos del hijo, es decir, el exceso de lastre del cual el hijo debe desprenderse para poder nacer y vivir en la nueva vida a la que su madre le ha traído y le conduce con todo su amor y cariño.
Fernando Ortolá
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