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domingo, 9 de enero de 2022

Caratomía 5. El gran "Pero"

 

El gran "Pero"

Personas conocidas y presentes en la vida de cada uno van apareciendo continuamente en las caratomías, para que las recordemos y tengamos en cuenta, para que no se interrumpa el intercambio interno de frutos (de esencias, de productos...) con esas personas, por la integridad y salud que eso nos aporta.

Muy seguido no las vemos, no nos damos cuenta, no somos conscientes de su presencia, no captamos que entre los pliegues de una cortina se ha formado un asomo característico de un vecino, o el gran parecido entre el dibujo que forman unas hojas de lechuga y algunos rasgos de un familiar determinado, o el parecido entre esa cara que se forma en una nube y un antiguo amigo que hace tiempo que no vemos. Etc.

Todas esas caras a las cuales les llamo caratomías por darles el valor y la atención que se merecen y que pasan muchas veces desapercibidas ante nuestros ojos si que son captadas por nuestro cerebro el cual analiza y procesa todas las imágenes que entran por nuestros ojos aunque sean tantas que no nos da tiempo de ser conscientes de todas ellas, pero nuestro cerebro sí que lo es, y las califica, las relaciona con situaciones y gente conocida, las estudia, las analiza, las comprende y capta el mensaje que el universo le da a través de ellas y ejecuta ese mensaje abriendo su gran cuenco natural y radar de percepción extrasensorial hacia esas personas específicas de las que la caratomía nos habla, para que nuestro contacto interno con con esa gente que representan no se interrumpa, se mantenga vivo, recibiendo las esencias que esas personas internamente nos dan y dándoles nosotros también a ellas nuestras esencias y frutos internos, para que el intercambio de frutos internos entre esas personas y nosotros no se detenga, y que así la vida y la salud se mantenga tanto en esas personas como en nosotros por disponer así todos de todas las esencias que necesitamos para poder seguir estando sanos, ser felices y sentirnos bien.

Ahí va mi mensaje hermano en nombre del universo, para que cuando la vida alguna vez te muestre alguna de esas caras no la apartes de ti con una brusca y temerosa patada de miedo a lo desconocido, ni le escupas el insulto de llamarle absurda e insulsa pareidolia sin sentido, ni justifiques tu violencia con las conclusiones infantiles que afirman que nuestro cerebro produce las imágenes que quiere ver, pues nuestro cerebro es una herramienta que no está para asustarnos y esclavizarnos, que no nos maneja, sino que es al revés, está a nuestro servicio para ayudarnos a vivir, recordándonos en cada instante la realidad del mundo en el que vivimos y la verdad de cómo debemos de vivir este mundo y su realidad en la que estamos teniendo presentes en nuestro recuerdo a todas las personas que componen nuestra vida y nuestro mundo para que así todos podamos mantener nuestra integridad y tener salud.

El cerebro está a tu servicio, para que tu lo manejes, para ayudarte a vivir.

Aunque lo que el universo y nuestros cerebros nos dicen y nos recuerdan no es algo que a todos les gusta.

Pues nos hablan de la verdad, de que todos somos hermanos e igualmente necesarios e imprescindibles los unos para los otros, que en realidad no hay nadie que sea más que otro. Pero eso es algo que no todos quieren aceptar, y cuando el universo, la vida, sus cerebros, la caratomía... les recuerda la igualdad entre todos... les entra pánico... y se tapan frenéticamente los oídos, enloquecer por enfrentarse al propio cerebro, estallan de ira y con la violencia de una bomba contenida y sin saber a donde apuntan disparan sus insultos de desprecio hacia todo cuanto el universo a través de sus cerebros les habla acerca de la verdad, no quieren oírlo, y protestan indignados, por resistirse a aceptar la verdad de que todos somos iguales y tenemos el mismo derecho de poder existir, no quieren aceptarlo, ¡No… no!, exclaman aturdidos, y retroceden ante la verdad como el conde Drácula ante la luz, no quiere la luz, no quieren la verdad, sino que prefieren seguir viviendo en el sueño infantil que les hace sentir seres elegidos y superiores a los demás,y ahí siguen encima de su burrito, con su espada en alto en una mano, su dudoso diploma en la otra mano y la corona de rey sobre la cabeza, queriendo conquistar el mundo.... y según suponen de su burrito no los bajá ni Dios, pues exponen el argumento de que ellos son más que los demás y que por lo tanto tienen un mayor acceso a los recursos básicos para la subsistencia, es decir que consideran que tienen un mayor derecho a sobrevivir que la gente que según ellos y según su propia teoría son inferiores.

Aún así toda esa gente que van montados en su burrito sintiéndose superiores a los demás en realidad son niños, son gente de mentalidad infantil y por eso hay que tener mucho tacto con ellos, no hay que bajarles violentamente del burrito para que no se lastimen, no hay que insultarles, no hay que dirigir hacia ellos la misma violencia que ellos dirigen primero hacia el mundo, no hay que castigarles, sino que hay que amarles, para que así pierdan el miedo a la oscuridad y emerja de ellos la confianza hacia la luz, y puedan crecer y llegar a la adultez algún día.

Ellos son los hijos de la humanidad, los niños a quienes hay que tratar y educar con paciencia y mucho cariño.

Pero... y aquí viene el gran pero de la cuestión, como gente de mentalidad adulta debemos de ser conscientes de los errores que los niños cometen, saber cuáles son hasta el último pelo y señal, para que así como adultos podamos ayudarles con cariño a superar esos errores y a sentirse mejor, para que no vuelvan a perder la paz cada vez que la vida les recuerde la verdad, para que cuando muestren el diploma de su formación profesional no lo hagan montados en un tozudo burrito sino en un gran y respetuoso corcel, y no para ensalzar a unos y hundir a otros, sino para defender a la verdadera justicia e igualdad entre todos, y por el camino de la paz, confiando en la luz y por una sociedad humana cada vez más justa e igualitaria, y con un mayor bienestar para todos por igual.


Fernando Ortolá

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